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sábado, junio 30, 2018

LEO NÚÑEZ MAS HAYA DE LA MUERTE.

AUTO BIOGRÁFICA.
LEO NUNEZ ARTISTA BAITOERO DESTACADO POR TU PINTURAS.

De noche solía perderme en el bosque, cuando aún era niño. Baitoa era entonces una pequeña aldea rodeada de montañas. Al salir de allí nunca imaginé que uno se lleva entero el paisaje de su infancia. Así ando yo, con ese pueblito mágico colgado, no en mi hombro, sino en mi alma. 
Por consiguiente, mi espacio, aquél que late mi propio eco, es en verdad un recinto interior; un universo íntimo lleno de metáforas visuales. Pero, al mismo tiempo, una realidad descodificada, nutrida de fuentes tradicionales. Espacio que traza un camino más hacia un obrar que nos identifique, lejos del punto de vista antropológico o histórico. No obstante, tiene la pretensión de ser un lavado de todas esas visiones esenciales de nuestra tierra. 
Y es que entre las imágenes fantásticas y la esencia tropical habita el jardín eterno, cosmos místico que sensibiliza y trasciende la materia. Una zona sagrada, pura; donde el blanco es luz y la luz un símbolo de ascensión, espiritualidad, expresión sublime del barro, del fuego purificador. Por ello trabajo el concepto de la convergencia entre lo material y lo espiritual; lograr que habiten en una sola voz.
Así, la pureza de la tierra, con todos sus elementos, es más que un pretexto para la creación. Es un ritual. Ritual que vivo día a día al enfrentarme a ese universo laberíntico lleno de puertas. Donde cada puerta es un jardín secreto que, cuando se abre, me da las llaves para trasladarme hacia otro sendero. Es una especie de puesta en abismo: una puerta dentro de una puerta, ventana que mira hacia otro campo; el paisaje que abre otro paisaje y éste a su vez contiene ese otro paisaje que siempre va más allá del horizonte, en un eterno retorno al origen. 
En fin, en mi bosque palpita un corazón. Posee la espiritualidad de incidir en los sentidos con su remanso de paz, tranquilidad y curiosidad suspendida. La magia imprime su sello personal al paisaje que, en todo caso, es naturaleza que no representa lo visible, sino que hace patente lo visible, lo provoca. Exaltado en su luz, el trópico aparece convocado por los sepias, los ocres, los umbrías, los tierra de Siena tostados, los minerales; colores que emanan del mismo corazón de la tierra; colores quemados bajo la luz divina del cielo. Ahí la noche y el día, el ocaso y el alba se fusionan para cantar las melodías de aquellos monjes ancestrales, que es otra presencia oculta, otra dimensión de mi obra. 
Cansado de los “neo” y los “post” surgidos y resurgidos en este fin de milenio donde las nuevas estéticas escasean, la mía la defino como una figuración fantástica. O tal vez, como un simbolismo mágico que se nutre de la fertilización de la tierra, lo onírico, lo sensual y lo real. El retorno en síntesis a lo puro y lo mágico en el territorio de lo sagrado. 
En consecuencia, me encuentro sumergido en dos mundos. Asunto que se resuelve mediante el planteo de una pregunta: ¿Cómo plantear una realidad ajena a mi tiempo, la gótica y la barroca, siendo caribeño? Esa inquietud la vivo y trato de expresarla en obras como Retablo Caribeño, Volviendo a la Vida, Sinfonía Ancestral, Templo de Huellas, Reliquias, entre otras. Expresan remontándose a un nivel poético esa fantasía del isleño rodeado de agua y de sueños, de cábalas y mitos, de deidades y santos. Por consiguiente, narran en su dimensión vital al isleño atravesado por el trópico, por la selva densa y misteriosa entre lo gótico y lo barroco o entre lo místico y lo caribeño. Es ahí donde residen las pautas de mi labor creativa. 
El artista vive su mundo de sueños, de recuerdos, en un estado conciente-inconsciente, potenciando la cualidad catártica del ser, esa sublime expresión del instante. Evocar el tiempo en la materia.
Sin embargo, debo advertir sobre la autonomía de la creación. La independencia de lo creado que tiene su propio lenguaje, su propia lógica, su propia expresión, la cual se muestra al finalizar la obra: uno es ajeno a ella. Con todo, queda la impresión de si acaso fuera hecha por un poder de creación mayor, por una poderosa fuerza que mantiene el orden del cosmos, esa energía esencial de la vida.
Por eso creo en lo bello sin llegar a lo decorativo; en lo sensual sin caer en lo porno. Estoy convencido de que el arte puro es sutileza, evocación, ensueño. Pienso que la pintura no debería de perder ese grado, esa instancia, ese tono de musicalidad, esa atmósfera celestial. La monocromía juega su papel: atrapa el silencio, el ritmo, la quietud de la selva, esa alquimia subyugante que posee el bosque.
La nostalgia dejó atrás el recuerdo y con sus huellas esculpió el presente. El tiempo es eterno en el presente del presente. Estoy donde mi obra alcanza el grado intemporal, que persigue la cautividad del espacio. Estoy preso en los anhelos de la existencia, en la serenidad terrenal que me lleva al sueño, a ese paraíso embriagante de senderos infinitos.
La noche se acerca y me dejo seducir por los viejos recuerdos; seguiré perdiéndome en mi bosque de leyenda.
Leo Núñez